Se estremeció. Iba flotando entre unas nubes con forma de abanico. Se miró a sí mismo como una fragata perdida en la espuma del cielo. Ni cómo llegar a la orilla para sosegar a las palabras. Deseaba un punto final para el relato que estaba escribiendo, pero soplaba demasiado viento. De marea brava era aquella historia. De un desamor descomunal. Presentía el naufragio, la caída hasta el fondo océano como destino, como esa manera peculiar de habitar la oscuridad junto a los peces ciegos en peligro de extinción.
Leonor Azcárate
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