miércoles, 10 de julio de 2013

La Inquilina





- Cantaba.
- ¿A Verdi?.
- También. La llenaban de aplausos. Tenía el mundo a sus pies.
- ¿Eso creía?
- Dicen que se sentía la mejor cantante. Eso fue hasta el día en que se encontró con la inquilina.
- ¿Le rentó alguna habitación? 
-  La cantante le alquiló su alma.
- Se sintió inmortal, lógico.
- En el resquicio que habitó la inquilina había sangre y ceniza. El chiquero del tiempo. 
- ¿Era un sueño?
- Al principio la inquilina lo pensó de esa manera, porque entre telones y candilejas la realidad es onírica. A todos nos puede suceder. Los aplausos nos ahogan en una marisma de sueño o algo así, no debemos hacer poesía. ¿No lo cree usted?
- Pues no alcanzo a comprender el mensaje.

- No hay mensaje en estas palabras. Piense usted que esto es un desperdicio. Es una inmundicia, porque fue eso lo que habitó la inquilina en el alma de la cantante. Convivió con todos los granos y los malos olores, con las borracheras, con sus amores y sus infidelidades, con sus fantasmas contrahechos y pestilentes, con sus historias de violaciones y deformidades.
- Suena lógico. La cantante no era Dios, era un ser humano.
- Lo verdaderamente terrible de esta historia es que la inquilina se cansó y comenzó a regar las inmundicias por los lugares donde pasaba la cantante, es decir, por el mundo entero.
-¿Y?
- Y nada. La enfermedad de la cantante se hizo en segundos: pandemia.

Leonor Azcárate.